El hombre que hizo hablar a los silenciados de la Historia
¿Alguna vez te has preguntado cómo un solo historiador puede cambiar la manera en que toda una generación entiende el pasado? Eric John Ernest Hobsbawm (1917-2012) no solo lo hizo, sino que construyó una nueva forma de mirar los últimos doscientos años de historia humana. Como docente que ha visto pasar décadas en las aulas, puedo afirmar sin dudarlo que pocos historiadores han tenido un impacto tan profundo y duradero en cómo enseñamos y comprendemos la historia moderna.
Imaginen por un momento que la historia fuera como una gran sinfonía. Antes de Hobsbawm, muchos historiadores se concentraban únicamente en los «primeros violines»: reyes, generales, grandes políticos y eventos diplomáticos. Hobsbawm fue el director de orquesta que nos enseñó a escuchar también a los segundos violines, las violas, los contrabajos y toda la sección de vientos. Nos mostró que la melodía completa de la historia sólo puede entenderse cuando prestamos atención a todas las voces: trabajadores, campesinos, mujeres, minorías, y todos aquellos que tradicionalmente habían sido relegados a notas al pie en los libros de historia.
Pero Hobsbawm no se conformó con ampliar el coro histórico. Su genialidad residió en crear un marco interpretativo completamente nuevo para entender la modernidad, dividiendo los últimos doscientos años en lo que él llamó las «Eras»: la Era de la Revolución (1789-1848), la Era del Capital (1848-1875), la Era del Imperio (1875-1914), y finalmente, la Era de los Extremos (1914-1991). Esta periodización, que hoy nos parece natural, fue revolucionaria en su momento y sigue siendo fundamental para cualquier estudiante de historia que quiera comprender el mundo moderno.
La historiografía antes del huracán Hobsbawm
Para entender verdaderamente la importancia de Hobsbawm, debemos situarnos en el panorama historiográfico de principios y mediados del siglo XX. La historia, como disciplina académica, había estado dominada durante décadas por lo que podríamos llamar la «historia de los grandes hombres«. Era una historia que se escribía desde las cúpulas del poder, centrada en acontecimientos políticos y militares, fechas memorables y personajes ilustres.
¿Qué sabíamos realmente sobre cómo vivía un obrero textil en Manchester durante la Revolución Industrial? ¿O sobre las experiencias cotidianas de una familia campesina durante las transformaciones del siglo XIX? Estos aspectos de la experiencia humana permanecían prácticamente invisibles en los relatos históricos tradicionales. Era como si intentáramos entender el funcionamiento de un reloj estudiando únicamente las manecillas, ignorando por completo los engranajes, muelles y mecanismos internos que realmente hacen que el tiempo avance.
Hobsbawm llegó al mundo académico en un momento de efervescencia intelectual. Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial trajeron consigo una renovación metodológica en las ciencias sociales.
La sociología de Max Weber, la antropología de Bronisław Malinowski, y los métodos cuantitativos estaban transformando la manera de estudiar las sociedades humanas. En Francia, la escuela de los Annales, con historiadores como Marc Bloch y Lucien Febvre, ya había comenzado a cuestionar los enfoques tradicionales, proponiendo una historia total que incluyera aspectos económicos, sociales y mentales.
Sin embargo, Hobsbawm aportó algo distintivo a esta renovación historiográfica: una síntesis magistral entre el rigor del análisis marxista, la amplitud de miras de la historia social, y una capacidad narrativa excepcional que hacía accesibles los procesos históricos más complejos. No se trataba simplemente de añadir nuevos temas a la historia tradicional, sino de repensar completamente cómo funcionan las sociedades humanas a lo largo del tiempo.
Las «Eras» de Hobsbawm: Un nuevo mapa para navegar la modernidad
La contribución más conocida y perdurable de Hobsbawm fue su concepción de las «Eras» históricas. Pero, ¿qué hace que esta periodización sea tan especial? La respuesta está en que Hobsbawm no se limitó a dividir el tiempo en segmentos arbitrarios, sino que identificó las lógicas profundas que articularon cada período histórico.
La Era de la Revolución (1789-1848): Cuando el mundo cambió de coordenadas
La primera «Era» que Hobsbawm identifica comienza con la Revolución Francesa y termina con las revoluciones de 1848. ¿Por qué estos límites? Porque según Hobsbawm, este período marca la «doble revolución» que transformó para siempre el mundo occidental: la Revolución Francesa (política) y la Revolución Industrial británica (económica).
Pensemos en esto como el momento en que la humanidad cambió de sistema operativo. Durante milenios, las sociedades humanas habían funcionado bajo lógicas similares: economías agrarias, estructuras sociales estamentales, monarquías absolutas y un ritmo de cambio extremadamente lento. De repente, en el espacio de unas pocas décadas, todo esto se transformó radicalmente.
Hobsbawm nos muestra cómo estas dos revoluciones no fueron eventos aislados, sino procesos interconectados que se reforzaron mutuamente. La Revolución Francesa no solo cambió el mapa político de Europa, sino que liberó energías sociales y económicas que aceleraron la industrialización. Por su parte, la Revolución Industrial no solo cambió los métodos de producción, sino que creó nuevas clases sociales con intereses políticos específicos.
¿Qué significa esto para un estudiante de historia de hoy? Significa entender que cuando estudiamos, por ejemplo, las guerras napoleónicas, no debemos verlas únicamente como conflictos militares, sino como el vehículo a través del cual las ideas revolucionarias francesas se expandieron por Europa, llevando consigo nuevas formas de organización social, económica y política.
La Era del Capital (1848-1875): El mundo se vuelve burgués
El segundo volumen de la serie de Hobsbawm cubre lo que él considera la era del triunfo definitivo del capitalismo. Después de las revoluciones fallidas de 1848, Europa entró en un período de estabilidad relativa que permitió la consolidación de las transformaciones iniciadas en la era anterior.
Este es el período que Hobsbawm describe con una mezcla de admiración y horror. Por un lado, es la época de los grandes logros técnicos y económicos: la expansión ferroviaria, el telégrafo, la fotografía, la consolidación de los mercados nacionales e internacionales. Por otro lado, es también el momento en que las contradicciones del capitalismo se vuelven más evidentes: la polarización social, la explotación laboral, y el surgimiento de los movimientos obreros organizados.
Una de las grandes virtudes del análisis de Hobsbawm es su capacidad para mostrar cómo procesos aparentemente separados están íntimamente conectados. La expansión ferroviaria, por ejemplo, no fue solo un avance tecnológico, sino el motor que permitió la integración de mercados nacionales, la movilización de trabajadores, y la creación de las primeras grandes corporaciones modernas. Al mismo tiempo, los ferrocarriles transformaron las nociones de tiempo y espacio, contribuyendo a crear nuevas formas de identidad nacional y nuevas experiencias de la modernidad.
La Era del Imperio (1875-1914): La globalización del siglo XIX
El tercer volumen nos lleva a lo que muchos consideran el primer gran período de globalización de la historia moderna. Hobsbawm muestra cómo, entre 1875 y 1914, el mundo se integró de una manera sin precedentes bajo la hegemonía europea.
Pero aquí Hobsbawm despliega toda su maestría analítica. No se trata simplemente de describir la expansión colonial europea, sino de explicar por qué esa expansión se volvió necesaria para el funcionamiento del capitalismo desarrollado. La «nueva imperialismo» de finales del siglo XIX no fue un capricho de políticos aventureros, sino una respuesta a las crisis estructurales del capitalismo en los países centrales: la caída de la tasa de ganancia, la competencia intercapitalista, y la necesidad de nuevos mercados y fuentes de materias primas.
Esta perspectiva ayuda a entender por qué el imperialismo no fue un simple episodio de dominación política, sino un sistema económico global que transformó tanto a las metrópolis como a las colonias. Las transformaciones urbanas de París bajo el Barón Haussmann, por ejemplo, están directamente conectadas con la riqueza generada por el imperio francés en África e Indochina.
La Era de los Extremos (1914-1991): El siglo XX corto
Quizás la contribución más original de Hobsbawm fue su conceptualización del siglo XX como un «siglo corto» que va de 1914 a 1991. Esta periodización, que hoy nos parece evidente, fue revolucionaria cuando se propuso por primera vez.
Hobsbawm argumenta que el período 1914-1991 constituye una unidad histórica coherente, marcada por la crisis del liberalismo clásico del siglo XIX y la búsqueda de alternativas. Es el siglo de los «extremos»: fascismo y comunismo, guerra total y paz fría, progreso tecnológico acelerado y amenaza de destrucción nuclear.
La genialidad de esta periodización radica en que nos permite ver las aparentes contradicciones del siglo XX como parte de un proceso histórico coherente. La Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la Gran Depresión, el ascenso del fascismo, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Fría, y finalmente la caída del comunismo no son eventos separados, sino episodios de una gran crisis y transformación del orden mundial establecido en el siglo XIX.
El Método Hobsbawm: La Historia desde abajo
Más allá de su famosa periodización, la contribución metodológica de Hobsbawm a la historiografía fue igualmente importante. Su enfoque, que él mismo describía como «historia desde abajo» (history from below), revolucionó la manera de hacer historia social.
¿Qué significa exactamente hacer historia «desde abajo»? Significa, en primer lugar, considerar a las clases populares no como objetos pasivos de la historia, sino como sujetos activos que participan en la construcción de su propio destino. Significa prestar atención a las formas de resistencia cotidiana, a las culturas populares, a las tradiciones orales, y a todas aquellas manifestaciones de la experiencia humana que tradicionalmente habían sido ignoradas por la historiografía académica.
Pero Hobsbawm fue más allá de simplemente «dar voz a los sin voz». Su gran aportación metodológica consistió en mostrar cómo estas experiencias «desde abajo» están íntimamente conectadas con los grandes procesos históricos. Los motines de subsistencia del siglo XVIII, por ejemplo, no son simplemente manifestaciones de descontento popular, sino expresiones de conflictos más profundos sobre los cambios en las relaciones sociales de producción y las transformaciones del mercado.
Los estudios sobre bandolerismo: Cuando los marginales Iluminan la Historia
Un ejemplo perfecto del método de Hobsbawm son sus estudios sobre el bandolerismo social. En libros como «Rebeldes Primitivos» y «Bandidos», Hobsbawm analizó fenómenos como el brigantaggio italiano, el cangaço brasileño, o los bandidos sociales de los Balcanes, mostrando cómo estos personajes aparentemente marginales eran en realidad expresiones de resistencia social ante las transformaciones del capitalismo.
¿Qué tiene que ver un bandido siciliano del siglo XIX con los grandes procesos de modernización europea? Según Hobsbawm, mucho más de lo que podríamos imaginar. Estos bandidos operaban en las zonas de fricción entre el mundo tradicional y el mundo moderno, convirtiéndose en símbolos de resistencia para comunidades que veían amenazadas sus formas de vida tradicionales por la expansión de las relaciones capitalistas.
Esta perspectiva transformó completamente nuestra comprensión de fenómenos como el bandolerismo, mostrando que no se trataba simplemente de criminalidad, sino de formas primitivas pero conscientes de protesta social. Al mismo tiempo, estos estudios iluminaron aspectos fundamentales de la modernización que habían permanecido invisibles cuando solo se estudiaban «desde arriba».
La cultura popular como fuente histórica
Otra contribución metodológica fundamental de Hobsbawm fue su uso sistemático de la cultura popular como fuente histórica. Sus estudios sobre la historia del jazz, por ejemplo, no fueron excursiones diletantes de un historiador aficionado a la música, sino ejemplos brillantes de cómo las expresiones culturales pueden iluminar procesos sociales complejos.
El jazz, según Hobsbawm, no era simplemente un género musical, sino una expresión cultural específicamente afroamericana que reflejaba tanto la experiencia histórica de la esclavitud y la segregación como las posibilidades de resistencia y creatividad cultural dentro de contextos de opresión. Estudiar la evolución del jazz permitía entender aspectos de la experiencia afroamericana que no aparecían en las fuentes tradicionales.
Esta aproximación a la cultura popular como fuente histórica válida abrió enormes posibilidades para la historiografía posterior. Hoy consideramos natural estudiar el cine, la música popular, el deporte, o la moda como ventanas hacia la comprensión del pasado, pero esto no habría sido posible sin pioneros como Hobsbawm que legitimaron académicamente este tipo de enfoques.
La Era de los Extremos: Interpretando el siglo XX
Si tuviera que elegir una sola obra para representar la genialidad de Hobsbawm, elegiría sin dudarlo «La Era de los Extremos». Publicado en 1994, este libro ofrece una interpretación magistral del siglo XX que sigue siendo insuperada en su amplitud y profundidad analítica.
La tesis central del libro es que el siglo XX debe entenderse como una unidad histórica caracterizada por la crisis terminal del orden liberal del siglo XIX y la búsqueda de alternativas. Según Hobsbawm, este «siglo corto» puede dividirse en tres períodos: la «Era de la Catástrofe» (1914-1945), la «Edad de Oro» (1945-1975), y el «Derrumbamiento» (1975-1991).
La Era de la Catástrofe: Cuando el mundo se desmoronó
El primer tercio del siglo XX es descrito por Hobsbawm como una época de crisis sin precedentes en la historia de la civilización occidental. No se trata simplemente de que hubiera guerras y revoluciones, sino de que se cuestionaron los fundamentos mismos de la modernidad construida durante el siglo XIX.
La Primera Guerra Mundial no fue solo un conflicto militar más intenso que los anteriores, sino la demostración de que la civilización técnica podía convertirse en una máquina de destrucción masiva. La Revolución Rusa no fue simplemente un cambio de régimen político, sino el primer intento de construir una alternativa completa al capitalismo. La Gran Depresión no fue solo una crisis económica cíclica, sino la demostración de que el mercado autorregulado era un mito peligroso.
Hobsbawm muestra cómo estos eventos aparentemente separados formaban parte de una crisis sistémica del orden liberal. El ascenso del fascismo, por ejemplo, no puede entenderse sin considerar cómo la crisis económica y la amenaza revolucionaria llevaron a sectores de las clases medias a buscar soluciones autoritarias que prometían estabilidad y orden.
La Edad de Oro: El capitalismo reformado
El período 1945-1975 es analizado por Hobsbawm como una época excepcional de crecimiento económico, estabilidad política y progreso social en los países desarrollados. Pero su análisis va mucho más allá de celebrar este período como una época dorada.
Hobsbawm muestra cómo esta «Edad de Oro» fue posible precisamente porque las lecciones de la «Era de la Catástrofe» llevaron a una reformulación fundamental del capitalismo. El nuevo orden de posguerra incorporó elementos de planificación económica, estados de bienestar desarrollados, y un papel activo del Estado en la regulación de los mercados. En otras palabras, el capitalismo de la «Edad de Oro» era un capitalismo que había aprendido del socialismo y del fascismo.
Esta perspectiva ayuda a entender por qué el período posterior a 1975 ha sido tan problemático. La crisis de los años setenta no fue simplemente una recesión económica, sino el agotamiento del modelo de capitalismo reformado que había hecho posible la «Edad de Oro». El retorno a las ortodoxias del mercado libre a partir de los años ochenta representó, según Hobsbawm, un paso atrás hacia las concepciones económicas que ya habían demostrado su inadequación durante la primera mitad del siglo.
El Derrumbamiento: ¿El fin de la Historia?
La última parte de «La Era de los Extremos» analiza el período 1975-1991 como una época de «derrumbamiento» caracterizada por la crisis del socialismo, el resurgimiento de las ortodoxias del mercado libre, y la fragmentación social y cultural de las sociedades desarrolladas.
Hobsbawm escribió este análisis inmediatamente después del colapso de la Unión Soviética, cuando muchos intelectuales proclamaban el «fin de la historia» y el triunfo definitivo del capitalismo liberal. Su perspectiva fue mucho más matizada y, como hemos visto con el paso del tiempo, mucho más precisa.
Según Hobsbawm, el colapso del socialismo no demostraba la superioridad del capitalismo, sino simplemente que un experimento histórico específico había llegado a su fin. Al mismo tiempo, advertía que el retorno a las ortodoxias del mercado libre estaba creando nuevos problemas: creciente desigualdad, inestabilidad financiera, degradación ambiental, y fragmentación social.
Visto desde la perspectiva de 2024, el análisis de Hobsbawm parece profético. Las crisis financieras recurrentes, el aumento de la desigualdad, la degradación ambiental, y el resurgimiento de los nacionalismos populistas que caracterizan nuestro tiempo confirman muchas de sus advertencias.
Controversias y críticas: El historiador marxista en debate
Ningún historiador de la talla de Hobsbawm escapa a las controversias, y él ciertamente tuvo su parte. Sus críticos han señalado diversos aspectos problemáticos de su obra y de sus posiciones políticas que merecen consideración seria.
La Cuestión del Marxismo: ¿ideología o método?
La crítica más frecuente a Hobsbawm ha sido su adhesión al marxismo y su membresía de larga data en el Partido Comunista británico. ¿Hasta qué punto su compromiso ideológico condicionó su trabajo como historiador? Esta es una pregunta legítima que merece una respuesta matizada.
Es cierto que Hobsbawm nunca ocultó su perspectiva marxista y que mantuvo su membresía en el Partido Comunista incluso durante períodos difíciles como la invasión soviética de Hungría en 1956. Esto llevó a algunos críticos a cuestionar su objetividad como historiador.
Sin embargo, sería un error reducir la obra de Hobsbawm a propaganda marxista. Su análisis histórico, aunque claramente informado por una perspectiva marxista, demostró una sofisticación teórica y una apertura empírica que van mucho más allá del dogmatismo ideológico. Hobsbawm fue crítico de muchos aspectos del socialismo realmente existente y desarrolló análisis que a menudo entraban en tensión con las ortodoxias partidarias.
Más importante aún, el tiempo ha demostrado que muchas de las intuiciones teóricas de Hobsbawm, derivadas de su perspectiva marxista, fueron más perspicaces que las de historiadores que se proclamaban más «objetivos». Su énfasis en los factores económicos, su atención a los conflictos de clase, y su preocupación por las contradicciones del capitalismo le permitieron anticipar desarrollos históricos que otros historiadores no vieron venir.
El problema de la violencia revolucionaria
Otra controversia significativa en torno a Hobsbawm fue su actitud hacia la violencia revolucionaria. En una entrevista televisiva que se hizo famosa, Hobsbawm declaró que si los asesinatos de millones de personas hubieran sido necesarios para crear un mundo mejor, habrían estado justificados. Esta declaración generó una gran polémica y fue utilizada por sus críticos para cuestionar su integridad moral.
Esta posición es claramente problemática desde una perspectiva ética, y es importante reconocerlo. Sin embargo, también es importante contextualizar esta declaración dentro del marco más amplio de las preocupaciones de Hobsbawm sobre la violencia y el progreso histórico.
A lo largo de su obra, Hobsbawm mostró una conciencia aguda de los costos humanos de los procesos históricos. Su análisis del siglo XX está lleno de reflexiones sobre la brutalidad de las guerras, las revoluciones, y las transformaciones sociales. No era un apologista de la violencia, sino un historiador que trataba de entender las condiciones bajo las cuales la violencia se vuelve históricamente significativa.
Críticas académicas: Eurocentrismo y generalización
Desde una perspectiva más académica, algunos historiadores han criticado a Hobsbawm por eurocentrismo y por tendencias a la generalización excesiva. Su marco interpretativo, argumentan estos críticos, está demasiado centrado en la experiencia europea y no presta suficiente atención a las particularidades regionales y culturales.
Esta crítica tiene cierta validez. Los libros de Hobsbawm sobre las «Eras» están efectivamente centrados en Europa y en el mundo atlántico, y a veces extrapolan patrones europeos a contextos donde pueden no aplicarse. Su análisis del imperialismo, por ejemplo, se concentra principalmente en la perspectiva de las metrópolis coloniales y presta menos atención a las experiencias y perspectivas de los pueblos colonizados.
Sin embargo, es importante recordar el contexto historiográfico en el que Hobsbawm escribió. En los años cincuenta y sesenta, cuando desarrolló sus marcos interpretativos principales, la historiografía estaba mucho más eurocentrada de lo que está hoy. Las perspectivas poscoloniales, los estudios subalternos, y la historia global tal como la conocemos hoy estaban apenas emergiendo.
Además, aunque el marco de Hobsbawm pueda parecer eurocéntrico, sus intuiciones sobre las dinámicas del capitalismo y el imperialismo han resultado útiles para historiadores trabajando en contextos no europeos. Muchos historiadores del Sur Global han encontrado en los conceptos de Hobsbawm herramientas útiles para entender sus propias historias nacionales y regionales.
El legado de Hobsbawm: influencia en la historiografía contemporánea
A más de una década de su muerte, la influencia de Hobsbawm en la historiografía contemporánea sigue siendo profunda y multifacética. Su impacto puede rastrearse en múltiples direcciones que han transformado la manera en que hacemos historia hoy.
La Historia Global: del eurocentrismo a la conectividad mundial
Aunque Hobsbawm fue criticado por eurocentrismo, paradójicamente también fue uno de los pioneros de lo que hoy llamamos historia global. Su análisis del imperialismo del siglo XIX, por ejemplo, mostró cómo procesos aparentemente locales estaban conectados a nivel mundial. La industrialización británica no puede entenderse sin considerar el algodón del Sur de Estados Unidos, el té de la India, y el azúcar del Caribe.
Esta perspectiva de conectividad global ha sido fundamental para el desarrollo de la historia global contemporánea. Historiadores como Christopher Bayly, Jürgen Osterhammel, o Kenneth Pomeranz han desarrollado enfoques que, aunque van más allá del marco de Hobsbawm, claramente se construyen sobre sus fundamentos.
La periodización de Hobsbawm también sigue siendo influyente en la historia global. Su concepto de «Era del Imperio» ha sido adoptado y adaptado por historiadores trabajando en contextos no europeos. La idea de que el período 1875-1914 constituye el primer gran momento de globalización moderna sigue siendo central en muchos análisis de historia global.
La Historia Social: más allá de la historia desde abajo
El enfoque de «historia desde abajo» desarrollado por Hobsbawm ha evolucionado en múltiples direcciones que siguen siendo centrales en la historiografía contemporánea. Los estudios subalternos, desarrollados inicialmente por historiadores como Ranajit Guha para el contexto de la India colonial, claramente se inspiran en los métodos de Hobsbawm, aunque los desarrollen en direcciones que él no anticipó.
De manera similar, la microhistoria italiana, con figuras como Carlo Ginzburg o Giovanni Levi, comparte con Hobsbawm la preocupación por recuperar las experiencias de actores históricos tradicionalmente marginados, aunque utilice métodos muy diferentes (concentrándose en casos individuales en lugar de patrones amplios).
La historia de las mujeres y la historia de género, aunque desarrollen perspectivas que Hobsbawm no exploró sistemáticamente, también se benefician de su legitimización de temas tradicionalmente considerados «menores» por la historiografía académica.
La Historia Económica: capitalismo y crisis
En el campo de la historia económica, la influencia de Hobsbawm sigue siendo particularmente fuerte. Su análisis de las crisis cíclicas del capitalismo, sus estudios sobre la industrialización, y su comprensión de las relaciones entre economía y política han informado generaciones de historiadores económicos.
La crisis financiera de 2008 llevó a un renovado interés en las perspectivas de Hobsbawm sobre la inestabilidad inherente del capitalismo. Su análisis de la Gran Depresión de los años treinta, en particular, fue redescubierto por economistas e historiadores que buscaban entender los paralelos entre aquella crisis y la crisis contemporánea.
De manera más general, la comprensión de Hobsbawm de que los mercados no son entidades autorreguladas sino construcciones sociales y políticas complejas ha influido en toda una generación de historiadores que estudian la evolución del capitalismo.
La Historia Cultural: tradición e invención
Aunque Hobsbawm no se consideraba principalmente un historiador cultural, su libro «La invención de la tradición» (escrito junto con Terence Ranger) ha tenido un impacto enorme en los estudios culturales contemporáneos. La idea de que muchas tradiciones aparentemente ancestrales son en realidad invenciones relativamente recientes ha revolucionado nuestra comprensión de la cultura y la identidad.
Este enfoque ha sido fundamental para el desarrollo de los estudios sobre nacionalismo, etnografía histórica, y análisis de las identidades colectivas. Historiadores trabajando en contextos tan diversos como los rituales reales británicos, las tradiciones africanas, o las ceremonias americanas han utilizado el marco conceptual desarrollado por Hobsbawm y Ranger.
Hobsbawm en el siglo XXI: relevancia para nuestro tiempo
¿Qué puede enseñarnos Hobsbawm sobre nuestro mundo contemporáneo? Como docente que ha visto cómo las preocupaciones de los estudiantes han evolucionado a lo largo de las décadas, creo que la perspectiva de Hobsbawm es más relevante hoy que nunca.
La Crisis del Neoliberalismo: ecos de la era de los extremos
Vivimos un momento que Hobsbawm habría reconocido inmediatamente: una crisis del orden económico establecido que genera inestabilidad política y social. La crisis financiera de 2008, el aumento de la desigualdad, el cambio climático, y el resurgimiento de los populismos nacionalistas son fenómenos que encajan perfectamente en los patrones que Hobsbawm identificó en sus análisis del siglo XX.
Su advertencia de que el retorno a las ortodoxias del mercado libre después de 1975 crearía nuevos problemas ha resultado profética. La «financiarización» de la economía, la erosión de los estados de bienestar, y la creciente inestabilidad social que caracterizan nuestro tiempo confirman muchas de sus predicciones.
Pero Hobsbawm también nos ofrece herramientas para entender estos procesos no como catástrofes inexplicables, sino como resultado de decisiones políticas específicas que pueden ser revertidas. Su análisis de cómo la «Edad de Oro» fue construida conscientemente después de las catástrofes de la primera mitad del siglo XX sugiere que alternativas son posibles si existe voluntad política para implementarlas.
Globalización y Resistencia: nuevas formas de historia desde abajo
Los métodos de «historia desde abajo» desarrollados por Hobsbawm siguen siendo relevantes para entender las formas contemporáneas de resistencia y movilización social. Los movimientos como Occupy Wall Street, las primaveras árabes, o los movimientos ambientalistas pueden analizarse utilizando conceptos que Hobsbawm desarrolló para estudiar formas anteriores de protesta social.
Al mismo tiempo, las nuevas tecnologías han creado formas de conectividad global que Hobsbawm no pudo anticipar completamente. Las redes sociales, por ejemplo, permiten formas de organización y resistencia que van más allá de los marcos nacionales que dominaron los movimientos sociales del siglo XX.
El Nacionalismo en la Era Global: tradiciones inventadas para nuevos tiempos
El resurgimiento de los nacionalismos populistas en Europa, Estados Unidos, y otras partes del mundo puede entenderse mejor utilizando el marco conceptual de «tradiciones inventadas» desarrollado por Hobsbawm. Muchos de los símbolos, rituales, y narrativas que utilizan los movimientos nacionalistas contemporáneos son, en realidad, construcciones relativamente recientes que responden a las ansiedades de la globalización.
El concepto de Hobsbawm de «tradición inventada» nos ayuda a entender cómo estos movimientos construyen identidades aparentemente ancestrales para responder a problemas completamente contemporáneos. El Brexit, el trumpismo, o el ascenso de partidos de extrema derecha en Europa pueden analizarse como intentos de inventar tradiciones que ofrezcan certidumbres en un mundo percibido como cada vez más incierto.
Lecciones para la enseñanza de la Historia
Como educador, considero que una de las contribuciones más importantes de Hobsbawm fue mostrar que la historia no es una colección de hechos muertos, sino una herramienta viva para entender el presente. Su capacidad para conectar procesos históricos aparentemente remotos con preocupaciones contemporáneas debería ser un modelo para todos los que enseñamos historia.
En un momento en que muchos jóvenes perciben la historia como irrelevante para sus vidas, el ejemplo de Hobsbawm nos muestra cómo hacer que el pasado cobre vida. Su uso de analogías, su atención a las experiencias cotidianas, y su capacidad para mostrar las conexiones entre diferentes niveles de la realidad social ofrecen estrategias pedagógicas que siguen siendo efectivas.
Además, su insistencia en que la historia debe ser al mismo tiempo rigurosa y accesible es una lección importante en un momento en que la academia a menudo se aleja del público general. Hobsbawm demostró que es posible hacer historia de alta calidad académica que al mismo tiempo sea legible y relevante para audiencias amplias.
Reflexiones finales: El historiador como intérprete de su tiempo
Al llegar al final de este recorrido por la vida y obra de Eric Hobsbawm, me parece importante reflexionar sobre qué hace que un historiador sea verdaderamente grande. ¿Qué distingue a figuras como Hobsbawm de los muchos académicos competentes que producen trabajos sólidos pero que no trascienden su momento?
Creo que la respuesta está en la capacidad de combinar rigor académico con relevancia social, especialización técnica con amplitud de miras, y conocimiento del pasado con comprensión del presente. Hobsbawm no fue solo un especialista en historia del siglo XIX o del siglo XX, sino un intérprete de los procesos fundamentales que han configurado nuestro mundo moderno.
Su obra nos enseña que la historia no es un lujo intelectual para especialistas, sino una necesidad práctica para cualquier sociedad que quiera entender sus problemas y sus posibilidades. En un momento como el nuestro, caracterizado por la incertidumbre y el cambio acelerado, necesitamos más que nunca la perspectiva histórica que nos permita situar nuestros problemas contemporáneos en contextos más amplios.
Hobsbawm también nos enseña que el compromiso político no es incompatible con la excelencia académica, siempre que esté acompañado de honestidad intelectual y apertura empírica. Su ejemplo sugiere que los mejores historiadores son aquellos que se preocupan profundamente por su sociedad y su tiempo, no aquellos que se refugian en una pretendida neutralidad académica.
Finalmente, Hobsbawm nos muestra que la historia puede ser al mismo tiempo una ciencia y un arte. Sus libros combinan el rigor del análisis con la elegancia de la narrativa, la precisión de los datos con la amplitud de la visión. En una época de especialización creciente, su ejemplo nos recuerda el valor de los grandes síntesis que nos ayudan a ver el bosque además de los árboles.
¿Qué habría pensado Hobsbawm de nuestro mundo actual? Probablemente habría visto en nuestras crisis contemporáneas confirmaciones de muchas de sus intuiciones sobre las contradicciones del capitalismo tardío. Pero también habría insistido en que la historia no es destino, y que entender el pasado nos da herramientas para construir futuros diferentes.
En última instancia, el legado más importante de Eric Hobsbawm no está en ninguna teoría o interpretación particular, sino en su demostración de que la historia importa. En un mundo que a menudo parece dominado por la inmediatez y la superficialidad, su obra nos recuerda que solo entendiendo de dónde venimos podemos saber hacia dónde vamos. Y esa, quizás, es la lección más valiosa que cualquier historiador puede enseñarnos.
Referencias
Hobsbawm, E. J. (1962). The age of revolution: Europe, 1789-1848. Weidenfeld & Nicolson. [Trad. española: La era de la revolución, 1789-1848. Crítica, 2003].
Hobsbawm, E. J. (1975). The age of capital: 1848-1875. Weidenfeld & Nicolson. [Trad. española: La era del capital, 1848-1875. Crítica, 1998].
Hobsbawm, E. J. (1987). The age of empire: 1875-1914. Weidenfeld & Nicolson. [Trad. española: La era del imperio, 1875-1914. Crítica, 1998].
Hobsbawm, E. J. (1994). The age of extremes: The short twentieth century, 1914-1991. Michael Joseph. [Trad. española: Historia del siglo XX, 1914-1991. Crítica, 1995].
Hobsbawm, E. J. (1959). Primitive rebels: Studies in archaic forms of social movement in the 19th and 20th centuries. Manchester University Press. [Trad. española: Rebeldes primitivos. Ariel, 1983].
Hobsbawm, E. J. (1969). Bandits. Delacorte Press. [Trad. española: Bandidos. Ariel, 1976].
Hobsbawm, E. J., & Ranger, T. (Eds.). (1983). The invention of tradition. Cambridge University Press. [Trad. española: La invención de la tradición. Crítica, 2002].
Lecturas adicionales
Evans, R. J. (2019). Eric Hobsbawm: A life in history. Little, Brown and Company.
Eley, G. (2002). International socialism and the historiographical revolution: Eric Hobsbawm’s century of history. International Labor and Working-Class History, 61, 100-115. https://doi.org/10.1017/S0147547902000091
Kirby, D. (1989). The historical work of Eric Hobsbawm. The Historical Journal, 32(2), 471-479. https://doi.org/10.1017/S0018246X00012747