El visionario que transformó para siempre la manera de entender el pasado

«La historia se hace con documentos, pero también con todo lo que el ingenio del historiador puede permitirle utilizar para fabricar su miel cuando carece de las flores habituales»

— Lucien Febvre

En los pasillos de la Sorbona de principios del siglo XX, mientras los historiadores tradicionales seguían obsesionados con fechas, batallas y reyes, un joven profesor de provincias estaba gestando una revolución silenciosa que cambiaría para siempre la disciplina histórica. Su nombre era Lucien Febvre, y su visión radical de lo que debía ser la historia no solo desafió el establishment académico de su tiempo, sino que sentó las bases de lo que hoy conocemos como la historia moderna.

Febvre no era simplemente un historiador; era un arquitecto del pensamiento, un demoledor de fronteras académicas y, sobre todo, un apasionado defensor de la idea de que el pasado humano no podía comprenderse mediante la simple acumulación de hechos políticos. Para él, la historia debía ser total, humana, viva y palpitante como la propia experiencia de quienes la vivieron.

Los años formativos: forjando un revolucionario

Lucien Paul Victor Febvre nació el 22 de julio de 1878 en Nancy, en el corazón de Lorena, una región que por entonces palpitaba aún con las heridas de la guerra franco-prusiana. Este contexto geográfico y temporal no fue casual en la formación de su pensamiento. Crecer en una región fronteriza, testigo de los vaivenes políticos y culturales entre Francia y Alemania, le proporcionó desde temprana edad una perspectiva única sobre la complejidad de las identidades nacionales y culturales.

Su padre, Paul Febvre, era un filólogo respetado, especialista en lenguas clásicas, quien inculcó en su hijo no solo el amor por el conocimiento, sino también una curiosidad insaciable por las palabras, los textos y, más fundamentalmente, por las formas en que los seres humanos expresan y transmiten su experiencia. Esta influencia paterna sería crucial: Febvre desarrollaría más tarde una sensibilidad extraordinaria hacia el lenguaje como ventana privilegiada para comprender las mentalidades del pasado.

Los años de formación en el liceo de Nancy revelaron tempranamente las cualidades que harían de Febvre un intelectual excepcional: una mente inquieta, una capacidad prodigiosa para establecer conexiones entre disciplinas aparentemente dispares, y una personalidad carismática que atraía tanto a profesores como a compañeros. Ya entonces mostraba esa característica que lo definiría toda su vida: la incapacidad de conformarse con explicaciones simples o unidimensionales.

Su llegada a París para continuar sus estudios en la École Normale Supérieure en 1899 marcó el inicio de una transformación intelectual que resonaría durante décadas. La capital francesa de fin de siglo era un hervidero de ideas: el caso Dreyfus sacudía los cimientos de la sociedad, las vanguardias artísticas emergían con fuerza, y las ciencias sociales comenzaban a reclamar su lugar en el universo académico. En este ambiente efervescente, Febvre no solo absorbió conocimientos, sino que comenzó a fraguar su visión revolucionaria de la historia.

Durante sus años de formación, Febvre tuvo la fortuna de estudiar bajo la tutela de algunos de los más brillantes intelectuales de su tiempo. Gabriel Monod, el gran renovador de los estudios históricos franceses, le transmitió el rigor metodológico alemán, pero también la convicción de que la historia debía servir a la comprensión del presente. Charles-Victor Langlois le enseñó la importancia crítica de las fuentes, mientras que Ernest Lavisse le mostró cómo la historia podía ser tanto científica como apasionante.

Sin embargo, fue su encuentro con la geografía humana de Paul Vidal de la Blache lo que realmente encendió la chispa revolucionaria en el pensamiento de Febvre. Vidal de la Blache predicaba que el espacio geográfico no era un simple escenario pasivo donde se desarrollaba la historia humana, sino un actor dinámico que influía profundamente en las sociedades. Esta perspectiva interdisciplinaria caló hondo en Febvre, quien comenzó a vislumbrar las posibilidades de una historia que dialogara con la geografía, la sociología, la psicología y la antropología.

El despertar de una conciencia histórica revolucionaria

La tesis doctoral de Febvre, defendida en 1911 y titulada «Philippe II et la Franche-Comté», fue mucho más que un trabajo académico; fue la primera manifestación pública de su visión renovadora. Mientras la historiografía tradicional se habría contentado con narrar los acontecimientos políticos y militares de la anexión del Franco Condado por España, Febvre optó por un enfoque radicalmente diferente.

Su Philippe II no era simplemente el retrato de un monarca y sus decisiones políticas, sino un análisis profundo de cómo la geografía, la economía, las mentalidades colectivas y las estructuras sociales se combinaban para crear una realidad histórica compleja y multifacética. Febvre demostró cómo las montañas del Jura no eran meramente fronteras físicas, sino que configuraban mentalidades, determinaban rutas comerciales y condicionaban lealtades políticas.

Este trabajo inaugural contenía ya los gérmenes de todas las innovaciones que Febvre introduciría posteriormente en la disciplina histórica. Su manera de abordar el tema revelaba una mente capaz de percibir conexiones allí donde otros veían compartimentos estancos. La política no podía entenderse sin la economía, la economía sin la geografía, y ninguna de ellas sin una comprensión profunda de las formas en que los contemporáneos percibían y experimentaban su mundo.

La Primera Guerra Mundial constituyó un paréntesis dramático pero también formativo en la carrera de Febvre. Movilizado como oficial, experimentó en carne propia la brutalidad del conflicto, pero también desarrolló una perspectiva única sobre los mecanismos sociales y psicológicos que operan en situaciones de crisis extrema. Esta experiencia no solo enriqueció su comprensión de la naturaleza humana, sino que reforzó su convicción de que la historia debía ocuparse de las experiencias vividas por la gente común, no solo por las élites políticas.

Al regresar de la guerra, Febvre se encontró con un mundo académico que comenzaba lentamente a cuestionar sus propios fundamentos. La carnicería de 1914-1918 había puesto en evidencia las limitaciones de una historia centrada exclusivamente en la política y la diplomacia. ¿De qué servía conocer al detalle las negociaciones entre cancillerías si no se comprendían los mecanismos profundos que habían hecho posible que millones de seres humanos se mataran mutuamente con una brutalidad sin precedentes?

La revolución de los Annales: cuando dos mentes brillantes cambiaron la historia

El encuentro entre Lucien Febvre y Marc Bloch en la Universidad de Estrasburgo después de la guerra fue uno de esos momentos mágicos en la historia intelectual donde dos genios se reconocen mutuamente y deciden unir fuerzas para transformar su disciplina. Ambos compartían una frustración profunda con el estado de los estudios históricos: demasiado políticos, demasiado narrativos, demasiado desconectados de las otras ciencias sociales que florecían a su alrededor.

Estrasburgo, recién recuperada por Francia, era el lugar perfecto para esta revolución intelectual. La universidad, reconstruida desde cero, ofrecía un ambiente de experimentación y apertura que habría sido impensable en las instituciones más tradicionales de París. Aquí, Febvre y Bloch podían desarrollar sus ideas innovadoras sin enfrentarse constantemente a la resistencia de mandarines académicos aferrados a métodos obsoletos.

La fundación de la revista Annales d’histoire économique et sociale en 1929 fue el acto fundacional de lo que llegaría a conocerse como la Escuela de los Annales, aunque sus protagonistas jamás pensaron en términos de «escuela» o «movimiento». Para ellos, se trataba simplemente de hacer historia de manera más inteligente, más amplia, más humana.

El título mismo de la revista revelaba la ambición del proyecto: no se trataba simplemente de historia política, sino de historia económica y social. Pero incluso esta denominación se quedaba corta para describir la amplitud de miras de Febvre y Bloch. Su proyecto era mucho más radical: querían una historia total, que abarcara todos los aspectos de la experiencia humana.

Febvre, con su carisma natural y su extraordinaria capacidad de síntesis, se convirtió en el principal teórico y propagandista del nuevo enfoque. Sus editoriales en los Annales no eran meros prólogos académicos, sino manifiestos apasionados que desafiaban a los historiadores a expandir sus horizontes. «¡Historiadores, sed geógrafos! ¡Sed también juristas, y sociólogos, y psicólogos!», exclamaba en uno de sus textos más famosos.

La revista se convirtió rápidamente en un laboratorio de experimentación metodológica. Sus páginas acogían estudios sobre la historia de los precios, análisis de estructuras familiares, investigaciones sobre mentalidades religiosas, estudios de geografía histórica. Todo aquello que la historia tradicional había marginado encontraba espacio en los Annales.

Pero quizás lo más revolucionario de la propuesta de Febvre y Bloch no era tanto lo que incluían, sino cómo lo incluían. Su enfoque era fundamentalmente sintético: no se trataba de yuxtaponer datos económicos, sociales y culturales, sino de mostrar cómo todos estos aspectos se influenciaban mutuamente para crear realidades históricas complejas y dinámicas.

La historia de las mentalidades: explorando el universo mental del pasado

Una de las contribuciones más duraderas y originales de Lucien Febvre a la historiografía fue su pionero trabajo en lo que llegaría a conocerse como la historia de las mentalidades. Mucho antes de que este término se popularizara, Febvre ya intuía que para comprender verdaderamente el pasado era necesario penetrar en los universos mentales de quienes lo vivieron.

Su obra maestra en este campo, «El problema de la incredulidad en el siglo XVI: la religión de Rabelais» (1942), representó un punto de inflexión en los estudios históricos. Febvre no se contentó con analizar las ideas de Rabelais tal como las expresaba en sus textos, sino que se propuso reconstruir todo el universo mental de la época para determinar si era siquiera posible que alguien fuera verdaderamente ateo en el siglo XVI.

La metodología que desarrolló para este estudio era revolucionaria. Febvre analizó el vocabulario disponible en la época, las estructuras conceptuales dominantes, las formas de percepción sensorial, incluso los ritmos de vida cotidiana. Su conclusión fue sorprendente: la incredulidad tal como la entendemos hoy era literalmente impensable en el siglo XVI, no porque estuviera prohibida, sino porque las estructuras mentales de la época no proporcionaban las herramientas conceptuales necesarias para articularla.

Este enfoque abría perspectivas completamente nuevas para la comprensión histórica. Si las formas de pensar y sentir cambiaban históricamente, entonces era necesario reconstruir cuidadosamente el equipamiento mental de cada época antes de pretender comprender las acciones y decisiones de sus protagonistas. No bastaba con proyectar hacia el pasado nuestras propias categorías mentales; era necesario un esfuerzo de imaginación histórica para penetrar en mundos conceptuales radicalmente diferentes del nuestro.

Febvre aplicó esta metodología a numerosos estudios. Su biografía de Martín Lutero, por ejemplo, no era una hagiografía ni una simple narración de los eventos de la Reforma, sino un intento de comprender cómo un hombre del siglo XVI experimentaba la relación con lo divino, cómo percibía el mundo que lo rodeaba, cuáles eran sus referencias conceptuales y emocionales.

La historia de las mentalidades febvriana no era, sin embargo, una historia desencarnada de las ideas. Al contrario, Febvre insistía constantemente en que las mentalidades estaban profundamente enraizadas en condiciones materiales específicas. La manera de pensar de una época dependía de sus técnicas, sus formas de organización social, sus condiciones económicas, su entorno geográfico.

Esta perspectiva lo llevó a desarrollar lo que podríamos llamar una arqueología de la sensibilidad. Febvre estudió cómo cambiaban históricamente las formas de percibir el mundo: cómo se transformaba la experiencia del tiempo y del espacio, cómo evolucionaban las sensibilidades hacia la naturaleza, la muerte, el amor, la autoridad.

Sus estudios sobre la sensibilidad religiosa del siglo XVI mostraron, por ejemplo, cómo la experiencia de lo sagrado estaba intimamente ligada a formas específicas de organización del espacio urbano, a ritmos particulares de trabajo y descanso, a tecnologías específicas de producción y comunicación. La religiosidad no era simplemente un conjunto de creencias abstractas, sino una forma total de experimentar y organizar la realidad.

La interdisciplinariedad como revolución metodológica

Quizás ningún aspecto del legado de Febvre ha sido tan influyente como su defensa apasionada de la interdisciplinariedad. Para él, la historia no podía aspirar a ser una ciencia social madura si se mantenía aislada de las otras disciplinas que estudiaban la experiencia humana. Esta convicción no nacía de una moda intelectual, sino de la constatación práctica de que los fenómenos históricos eran demasiado complejos para ser comprendidos desde una sola perspectiva disciplinaria.

La colaboración de Febvre con geógrafos fue particularmente fructífera. Su trabajo con Albert Demangeon sobre las formas de poblamiento rural, o sus intercambios con Jean Brunhes sobre geografía humana, mostraron cómo el espacio geográfico no era simplemente el escenario donde se desarrollaba la historia, sino uno de sus factores constitutivos fundamentales.

Pero Febvre fue más allá de la geografía. Su diálogo con sociólogos como Maurice Halbwachs enriqueció profundamente su comprensión de los mecanismos de la memoria colectiva. Sus intercambios con psicólogos como Charles Blondel le permitieron desarrollar herramientas conceptuales más sofisticadas para el análisis de las mentalidades. Su colaboración con lingüistas como Antoine Meillet le proporcionó métodos más rigurosos para el análisis del vocabulario y las estructuras conceptuales del pasado.

Esta apertura interdisciplinaria no era, para Febvre, una simple acumulación de perspectivas diferentes sobre el mismo objeto. Se trataba de algo más profundo: la convicción de que la realidad histórica misma era interdisciplinaria, de que los fenómenos económicos, sociales, culturales y políticos estaban tan íntimamente entrelazados que sólo podían comprenderse en su conjunto.

Esta perspectiva lo llevó a desarrollar lo que podríamos llamar una epistemología de la complejidad avant la lettre. Febvre intuía que los sistemas sociales eran sistemas complejos, caracterizados por múltiples niveles de organización, feedback loops, emergencias imprevistas, y que por tanto requerían metodologías de investigación más sofisticadas que las que proporcionaba la historia tradicional.

Su concepto de «historia total» no significaba, como a veces se ha malinterpretado, que el historiador debiera saberlo todo sobre todo. Significaba más bien que cualquier fenómeno histórico específico sólo podía comprenderse plenamente si se situaba en el conjunto de relaciones sociales, económicas, culturales y políticas del que formaba parte.

Esta visión sistémica de la realidad histórica influenció profundamente la manera en que Febvre concebía la práctica concreta de la investigación. Sus estudiantes aprendían no sólo a manejar fuentes documentales tradicionales, sino a «leer» paisajes, a interpretar objetos materiales, a analizar estructuras arquitectónicas, a descifrar sistemas de parentesco, a comprender lógicas económicas.

Las grandes obras: monumentos de una nueva historia

La producción intelectual de Lucien Febvre fue tan vasta como innovadora. Cada una de sus grandes obras representó no sólo una contribución específica al conocimiento histórico, sino también una demostración práctica de las posibilidades de su nueva metodología. Analizar sus libros principales es asomarse a un laboratorio del pensamiento histórico en constante experimentación.

«Martin Lutero: Un Destino» (1928) fue quizás su primera gran demostración de lo que podía lograr la nueva historia. En lugar de ofrecer una biografía convencional del reformador alemán, Febvre se propuso comprender a Lutero como producto y expresión de su época. El libro era simultaneamente una biografía, un estudio de mentalidades religiosas, un análisis de estructuras sociales y un ensayo sobre las transformaciones culturales del siglo XVI.

Lo que hacía revolucionario el libro no era solo su enfoque metodológico, sino su manera de escribir. Febvre logró combinar el rigor académico más exigente con una prosa vibrante y accesible que hacía visible la humanidad de sus personajes históricos. Su Lutero no era una figura de mármol, sino un hombre de carne y hueso, con sus angustias existenciales, sus contradicciones, sus pasiones.

«El problema de la incredulidad en el siglo XVI» (1942) representó quizás el punto culminante de su reflexión metodológica. Este libro no tenía precedentes en la historiografía mundial. Febvre se planteaba una pregunta aparentemente simple: ¿era posible ser ateo en el siglo XVI? Pero para responderla, tuvo que desarrollar una metodología completamente nueva para el análisis histórico de las mentalidades.

El libro era simultáneamente una investigación sobre Rabelais, un ensayo sobre la historia del ateísmo, un estudio sobre las transformaciones del vocabulario religioso, y una reflexión teórica sobre los métodos de la historia intelectual. Febvre analizó miles de textos de la época, no para buscar en ellos expresiones de incredulidad, sino para reconstruir el universo mental que hacía posible o imposible ciertas formas de pensamiento.

Su conclusión era tan rigurosa como sorprendente: la incredulidad radical era literalmente impensable en el siglo XVI, no por represión externa, sino porque las estructuras conceptuales de la época no proporcionaban las herramientas mentales necesarias para articularla. Este hallazgo tenía implicaciones metodológicas enormes: mostraba la necesidad de reconstruir cuidadosamente el equipamiento mental de cada época antes de interpretar las fuentes.

«Combates por la Historia» (1953), compilación de sus principales ensayos metodológicos, se convirtió en el manifiesto teórico de la nueva historia. En estos textos, Febvre articulaba su visión de lo que debía ser la disciplina histórica: una ciencia social rigurosa pero abierta, capaz de dialogar con todas las otras disciplinas que estudian al ser humano.

Los ensayos de «Combates por la Historia» son modelos de claridad argumentativa y elegancia estilística. Febvre tenía el don de hacer accesibles ideas complejas sin simplificarlas, de ser riguroso sin ser pedante, de ser apasionado sin ser dogmático. Sus textos revelan no solo a un gran intelectual, sino a un gran pedagogo capaz de transmitir su entusiasmo por el conocimiento histórico.

 

El legado viviente: cómo Febvre transformó la historia para siempre

La influencia de Lucien Febvre en la historiografía contemporánea es tan profunda que a menudo se da por sentada. Muchas de las características que consideramos normales en la práctica histórica actual fueron revolucionarias innovaciones introducidas por él: la interdisciplinariedad, la atención a las mentalidades, el interés por la cultura material, la preocupación por las estructuras de larga duración.

Su concepto de «historia total» inspiró generaciones de historiadores que expandieron enormemente el campo de lo que se consideraba objeto legítimo de investigación histórica. Después de Febvre, la historia de las emociones, la historia de los sentidos, la historia de la vida privada, la microhistoria, la historia del cuerpo, la historia de las mujeres, fueron desarrollándose como campos de estudio legítimos.

La Escuela de los Annales, que él contribuyó a fundar, se convirtió en la corriente historiográfica más influyente del siglo XX. Historiadores como Fernand Braudel, Emmanuel Le Roy Ladurie, Jacques Le Goff, Georges Duby, desarrollaron en direcciones imprevistas las intuiciones fundamentales de Febvre.

Pero quizás su legado más duradero no reside en ninguna técnica o metodología específica, sino en una actitud: la convicción de que la historia debe ser una disciplina abierta, experimental, en constante diálogo con otras formas de conocimiento. Febvre enseñó a los historiadores a no conformarse con respuestas simples, a buscar siempre las conexiones complejas entre fenómenos aparentemente dispares, a mantener una curiosidad insaciable hacia todas las manifestaciones de la experiencia humana.

Su influencia se extiende mucho más allá de la historiografía académica. Su visión de una historia atenta a las experiencias vividas por la gente común ha inspirado numerosos movimientos de historia pública, historia oral, microhistoria. Su insistencia en la importancia de las mentalidades y las representaciones colectivas ha enriquecido disciplinas como la antropología, la sociología, los estudios culturales.

En el mundo contemporáneo, donde las fronteras disciplinarias se difuminan cada vez más y donde la complejidad de los fenómenos sociales requiere enfoques necesariamente interdisciplinarios, las ideas de Febvre resultan más relevantes que nunca. Su visión de una ciencia social integrada, capaz de combinar rigor metodológico con apertura intelectual, sigue siendo un ideal inspirador para investigadores de todo el mundo.

El maestro y el pedagogo: forjando nuevas generaciones

Una de las facetas menos conocidas pero más importantes de Lucien Febvre fue su extraordinaria capacidad como pedagogo y formador de historiadores. Su influencia no se limitó a sus publicaciones, sino que se extendió a través de las numerosas generaciones de estudiantes que formó a lo largo de su carrera docente.

Febvre creía profundamente que la renovación de la historia pasaba por la formación de nuevos historiadores capaces de pensar de manera diferente. Sus seminarios en la École Normale Supérieure y más tarde en el Collège de France eran laboratorios de experimentación metodológica donde los estudiantes aprendían no sólo técnicas de investigación, sino nuevas formas de concebir los problemas históricos.

Sus estudiantes recordaban su capacidad extraordinaria para hacer visible la complejidad del pasado, su don para mostrar conexiones inesperadas entre fenómenos aparentemente dispares, su entusiasmo contagioso por la investigación. Febvre no enseñaba simplemente técnicas; transmitía una actitud, una manera de aproximarse al pasado con curiosidad, rigor y creatividad.

Muchos de los historiadores más importantes de la segunda mitad del siglo XX fueron directa o indirectamente discípulos de Febvre: Fernand Braudel, quien desarrolló magistralmente sus intuiciones sobre la larga duración; Robert Mandrou, pionero de la historia de las mentalidades; Pierre Chaunu, renovador de la historia cuantitativa; André Burguière, teórico de la nueva historia.

Conclusión: el eterno revolucionario

Lucien Febvre murió en 1956, pero su espíritu revolucionario sigue vivo en cada historiador que se niega a conformarse con explicaciones simples, en cada investigador que busca conexiones entre disciplinas aparentemente dispares, en cada académico que mantiene la convicción de que el conocimiento del pasado puede ayudarnos a comprender mejor nuestro presente.

Su legado no es un conjunto de técnicas o metodologías específicas, sino algo más profundo: una actitud intelectual caracterizada por la apertura, la curiosidad, el rigor y la pasión. Febvre enseñó que la historia no es simplemente el estudio del pasado, sino una forma de conocimiento que puede iluminar las complejidades de la experiencia humana en todas sus dimensiones.

En una época como la nuestra, caracterizada por la fragmentación del conocimiento y la hiperespecialización académica, el ejemplo de Febvre resulta más inspirador que nunca. Su visión de una ciencia social integrada, capaz de combinar rigor metodológico con audacia intelectual, sigue siendo un ideal hacia el que tender.

Lucien Febvre no fue simplemente un gran historiador; fue un revolucionario del pensamiento que transformó para siempre nuestra manera de entender el pasado y, a través de él, nuestro presente. Su vida y su obra constituyen un testimonio permanente de lo que puede lograr una mente brillante cuando se combina con una curiosidad insaciable y una pasión genuina por el conocimiento.

En cada página de historia que se escribe hoy con atención a las mentalidades, con sensibilidad hacia las experiencias vividas por la gente común, con apertura hacia otras disciplinas, con conciencia de la complejidad de los fenómenos sociales, resuena el eco de la revolución intelectual que Lucien Febvre inició hace casi un siglo. Su nombre puede no aparecer en los manuales escolares junto al de los grandes conquistadores o estadistas, pero su influencia en nuestra comprensión del mundo ha sido infinitamente más profunda y duradera.

Febvre nos enseñó que la historia verdadera no es la que se contenta con narrar lo que pasó, sino la que se atreve a preguntarse por qué pasó, cómo fue experimentado por quienes lo vivieron, y qué nos enseña sobre las posibilidades y limitaciones de la experiencia humana.

En esa búsqueda incansable de comprensión, en esa negativa a conformarse con respuestas fáciles, en esa pasión por penetrar en la complejidad de lo humano, reside la grandeza imperecedera de Lucien Febvre.

Hoy, cuando enfrentamos desafíos globales que requieren comprensión interdisciplinaria, cuando necesitamos entender las raíces históricas de nuestros problemas contemporáneos, cuando buscamos formas más humanas y comprehensivas de conocimiento, el legado de Lucien Febvre brilla con una luz más intensa que nunca. Su revolución continúa, y cada nuevo historiador que abraza la complejidad del pasado humano se convierte en heredero de su extraordinaria aventura intelectual.


Bibliografía básica en castellano

Febvre, L. (1956). Martín Lutero: un destino (T. Segovia, Trad.). Fondo de Cultura Económica. (Obra original publicada en 1928)

Febvre, L. (1993). El problema de la incredulidad en el siglo XVI: la religión de Rabelais (I. Balsinde, Trad.). Ediciones Akal. (Obra original publicada en 1942)

Febvre, L. (2017). Combates por la historia (F. J. Fernández Buey y E. Argullol, Trads.; J. Fontana, Prólogo). Editorial Ariel. (Obra original publicada en 1953)

Estudios sobre el autor en castellano

Burke, P. (1993). La revolución historiográfica francesa: la escuela de los Annales (1929-1989). Gedisa.

Ereño Altuna, J. A. (1994). La formación del pensamiento histórico de Lucien Febvre. Universidad del País Vasco.


José Luis de la Torre DíazProfesor de historia y Director de EducaHistoria.com

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